Tema 67. Análisis de la Constitución española de 1978

Tema 67. Análisis de la Constitución española de 1978

Por aquí tenemos un montón de test para repasar todos los temas y unas cuantas películas que te pueden ayudar para estudiar o explicar el temario.

Continuamos nuestra serie El personaje del tema, en la que vamos destacando a una persona relacionada con cada tema, un personaje que nos llama la atención por algún motivo. Por supuesto, cada lector puede tener su propia opinión al respecto.

El abogaducho de provincias que llegó a presidente

Hoy, hablando sobre el tema 67, nos fijamos en Adolfo Suárez. El temario tiene algunas cosas curiosas, hay un tema sobre la Constitución de 1978, pero no hay un tema que trate el proceso político que la alumbró, ese periodo que conocemos como transición. Así, la Constitución se nos aparece como por arte de magia.

Evidentemente, no pretendemos hacer una hagiografía de Adolfo Suárez, ni vender esa especie de que la transición fue un proceso planificado al milímetro por el rey, Suárez y Fernández-Miranda. Pero Suárez fue un personaje clave, de eso no cabe duda. Nacido en Cebreros (Ávila) en 1932, acabó la carrera de Derecho con un expediente académico bastante mediocre, convirtiéndose en un abogado de provincias que buscaba labrarse un porvenir. A mediados de los años 50 conoció a Fernando Herrero Tejedor, gobernador civil de Ávila (y padre del periodista Luis Herrero) que vio algo en aquel joven y decidió apadrinarlo. A partir de entonces, y siempre ayudado por Herrero, Suárez comenzó una incipiente carrera política con cargos de rango menor hasta que a finales de los años 60 llegó a ser procurador en cortes, gobernador civil de Segovia y director general de Televisión Española. En diciembre de 1975 fue nombrado ministro secretario general del Movimiento.

En julio de 1976, entre la sorpresa y el estupor general, el rey le nombró presidente del Gobierno, después de un proceso largo y difícil para conseguir la dimisión de Arias Navarro. Era prácticamente un desconocido, la prensa apostaba por personajes de mayor peso como Areilza o Fraga (que siempre consideró que el puesto le correspondía a él y nunca se lo perdonó). Contrariamente a lo que se nos cuenta en esa versión idealizada por defensores y detractores de la transición, Suárez contaba en una entrevista que cada día se iban a dormir sin saber lo que iban a hacer al día siguiente, se nos suele olvidar que fue una época muy inestable. Más que de presidente, le tocó ejercer de bombero, apagando fuegos allí donde surgían (y no surgían pocos). Considerado un traidor por los franquistas y un franquista por los demócratas, lideró un proceso que, a fin de cuentas, empezó en una dictadura y acabó en una Constitución similar a la de cualquier país occidental. Eso es objetivo. A partir de ahí, cada uno tenemos nuestra opinión personal (y no nos meteremos ahora en ese charco).

Suárez fue un hombre de un escaso bagaje intelectual. No tenía conocimientos destacados de ninguna de las materias que se suponen necesarias para gobernar un país. Su éxito se puede explicar por una agudísima intuición política y un gran don de gentes, lo que unido a su enorme ambición nos retratan al personaje. Siempre tuvo buen olfato para saber cuál era la dirección correcta en un tiempo de mucha incertidumbre y siempre supo utilizar su innegable encanto personal para ganarse a propios y a extraños.

En los consejos de ministros se aburría, no era raro que abandonara la sesión para salir a pasear por los jardines de la Moncloa con algún ministro para charlar distendidamente. Era un hombre de acción, no un teórico. Pero supo rodearse de personas muy preparadas, con currículums brillantísimos. Esas mismas personas que nunca perdonaron que un abogaducho de provincias estuviera ocupando un cargo para el que ellos, catedráticos y altos funcionarios, consideraban tener muchos más méritos. Cuando en enero de 1981 presentó su dimisión, uno de los principales motivos que le empujaron a ello fue el hecho de no contar con el apoyo de su partido, UCD, que entonces era completamente ingobernable, entre otros motivos, por el afán de aquellos que pensaban que “ahora me toca a mí”.

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