“La incorporación nacional, la convivencia de pueblos y grupos sociales exige alguna alta empresa de colaboración y un proyecto sugestivo de vida en común” J. ORTEGA Y GASSET.
Un buen opositor de Geografía e Historia debe ser capaz de manejar con soltura los principales acontecimientos de la historia de España a medio y largo plazo con el objeto de articular un discurso histórico, crítico, integrador, veraz y responsable. El estudio del fenómeno del nacionalismo es un buen ejemplo de ello. Desde nuestra posición como profesores es absolutamente necesario abordar de forma responsable este conocimiento confrontando puntos de vista diferentes, y proponiendo una visión crítica.
Pocos documentos han sido tan elocuentes cuando hablamos de analizar la realidad sociopolítica española respecto al fenómeno del nacionalismo como el ahora denostado libro: España invertebrada. En él, el genio Ortega nos plantea la hipótesis de que, la desintegración progresiva de España como construcción política, es el germen de los nacionalismos regionales. Tomando como referencia el reinado de Felipe II y sus últimas incorporaciones, en adelante, el otrora proceso de incorporación se trunca iniciando la decadencia del proyecto político. Ortega partía de la hipótesis de una larga decadencia centrífuga de los elementos imperiales que tendrían como momento clave las pérdidas de 1898. En esa fatídica fecha se cierra el sueño imperial volviendo España a su nativa desnudez peninsular. Para Ortega el surgimiento de los nacionalismos regionales en España obedece a esta dinámica desintegradora. Una curiosa perspectiva que no ha estado exenta de críticas. La historiografía nacionalista ha tendido a ver esta síntesis como una perspectiva simplista del mismo ya que el propio Ortega fue tachado de nacionalista español.
En su reciente libro: Dioses útiles, el historiador e hispanista J. ÁLVAREZ JUNCO realiza un interesante repaso sobre la evolución del concepto de nación y sus implicaciones políticas. Citando una frase de E. Gibbon nos recuerda que los dioses en la antigua Roma eran verdaderos para la plebe, falsos para el filósofo y útiles para el político. Junco nos introduce en una visión actual del concepto nación recordándonos algunos de los riesgos que el concepto nación suele llevar incorporado. Cómo la religión, la nación es un concepto de función identitaria que se fundamenta en las pasiones y no en las certezas. Nos recuerda, en alusión a Renan, que además de un corpus humano la nación moderna debe regirse por la voluntad de pertenencia, por ese plebiscito de todos los días. Pero la nación no es un ente definido en el que el sujeto participe de su elección. Nos viene dada, y es fruto de un curioso torbellino de avatares históricos. En este sentido resulta cuando menos revelador al calor de las noticias que nos llegan sobre el uso adoctrinador que se está haciendo de la historia en algunos lugares de España.
Desde Opohispania planteamos un estudio crítico de este tema en nuestro tema 41. Liberalismo y nacionalismo en le Europa del XIX. La educación es una de las profesiones más importantes de las sociedades modernas. Su ejercicio responsable es un deber inexcusable de los profesionales docentes. Y siempre debe aspirar al análisis crítico y la imparcialidad académica en aras de ciudadanos críticos, formados y responsables. Estos son los valores de una sociedad democrática madura y responsable. Y son nuestros valores.