En esta segunda semana de confinamiento no queremos abandonar a nuestros seguidores de nuestro ¡Ponte a prueba! semanal. Esta semana volvemos con una nueva prueba de Historia. Queremos retaros con un fragmento incompleto de un discurso. La idea es que con las piezas que os ofrecemos seáis capaces de identificar el título del discurso, el autor y la fecha en la que se pronunció. Pero tranquilos, no asustaros, el texto propuesto es mucho más fácil de lo que parece. Así que sin más os dejamos con él, no sin antes emplazaros mal próximo lunes donde anunciaremos la solución. Como siempre os deseamos mucho ánimo en estos días difíciles.
En el informe que presentó el Comité Central del Partido al XX Congreso, en numerosos discursos pronunciados por delegados a ese Congreso, y también durante la reciente sesión plenaria del C.C., se dijo mucho acerca de los efectos perjudiciales del culto a la personalidad.
(…) es ajeno al espíritu del marxismo-leninismo elevar a una persona hasta transformarla en superhombre, dotado de características sobrenaturales semejantes a las de un dios. A un hombre de esta naturaleza se le supone dotado de un conocimiento inagotable, de una visión extraordinaria, de un poder de pensamiento que le permite prever todo, y, también, de un comportamiento infalible.
Entre nosotros se asumió una actitud de ese tipo hacia un hombre, (…) durante muchos años. (…). En este momento nos interesa analizar un asunto de inmensa importancia para el partido, tanto ahora como en el futuro… Nos incumbe considerar cómo el culto a la persona creció gradualmente, culto que en momento dado se transformó en la fuente de una serie de perversiones excesivamente serias de los principios del Partido, de la democracia del Partido y de la legalidad revolucionaria.
(…)
Durante la vida de Lenin, el C.C. del Partido fue la expresión real de un tipo de gobierno colegial, tanto para el Partido como para la nación. Debido a que fue un revolucionario marxista militante que jamás dejó de acatar los principios esenciales del Partido, Lenin nunca impuso por la fuerza sus puntos de vista a sus colaboradores.